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Acompañados por un perro

Suculenta sinestesia la que emana de los altares de muertos dispuestos cada año en México para el deleite de los santos difuntos quienes vienen a “retro-alimentar” su presencia inasible en un festín de cromáticos bálsamos, esencias sonoras, aromáticas viandas y fragancias embriagadoras que les “pro-ponen” los vivos.

-PATRICK JOHANSSON

A pesar de ser el único hecho fiable a suceder sin excepción dentro de la vida de todos y cada uno de nosotros, la muerte puede ser un tema con negativas en gran número de personas, en familias, comunidades, ciudades, incluso en varios países. Si bien es un tópico de lo más natural que vemos a diario con cierto recato, se trata sin prudencia en diferentes escenas como el cine, la televisión, la prensa, entre otros medios de comunicación o artísticos. Estos medios nos lo hacen ver con demasiada frecuencia, tanto así que ha llegado a ser parte de nuestra cotidianidad, ya no nos inmuta como se supone debería hacerlo. Por extraña fortuna, mala información, incluso pésima visión, la muerte está limitada a convertirse en un evento de violencia, una mirada hacia lo repugnante o a lo morboso. Es triste presenciar un suceso con tal magnitud como si de carne podrida se tratara[1]. A menudo, sino que siempre, olvidamos que se perdió una vida, un ser querido, tal vez no querido, pero al fin de todo un cuerpo que vivió, habitó y respiró donde nosotros aún lo hacemos.

Es de suma importancia el respeto que una civilización le puede dar a un acontecimiento como la pérdida de una vida. Sin duda, la muerte es uno de los rasgos más característicos en las culturas prehispánicas; ellos tuvieron un acercamiento y familiarización con este suceso, tal que podrían significarse como culturas unidas por completo a la muerte. Poseían rituales, literatura y hasta un estilo de vida inclinado al final de los días. A diferencia de otras civilizaciones, nuestros antepasados no veían a la muerte como un llano desprendimiento de lo físico y lo espiritual, sino que consideraban otros elementos de importancia dentro de la constitución de un hombre. Así, una serie de rituales proyectarían el éxito en el rescate o el buen camino que un difunto debería tener. Para las culturas prehispánicas, la muerte representaría una vida más, otro largo camino que como todo viaje, conlleva una minuciosa preparación digna para el hombre que nos ha dejado.


La costumbre actual correspondiente al "día de muertos" se origina en el México prehispánico con el culto a los difuntos y más especí­ficamente con los rituales mortuorios destinados a encaminar el "alma" del occiso hacia el espacio-tiempo de la muerte que le correspondía, a asumir culturalmente la degradación orgánica del cadáver, y a dirimir catárticamente el dolor de los vivos.[2]


Mencionado antes, el hombre no sólo era constituido por cuerpo y espíritu, nuestros antepasados se consideraban formados por tres entidades anímicas con las que obtenían ciertas virtudes; desde la movilidad, individualidad, los sentimientos, impulsos, capacidades intelectuales, entre otros. El nombre de cada una de estas entidades o también llamados fluidos vitales, son los siguientes: Teyolía era el alma, representante de la vida y de las más importantes facultades mentales. El Tonalli representaba la parte física del hombre, aunque se encontraba en la cabeza, eran los restos del fallecido, en sí eran cenizas y dos mechones de cabello. Ihíyotl eran significadas como pasiones, incluso se podían convertir en entidades fantasmales o hasta en enfermedades; estaba ubicado en el hígado.

Al contrario de la concepción reciente en otras culturas e índoles religiosas, donde el espíritu o el ente que se desprende de nuestro cuerpo sin vida, viaja de un sitio o a otro dependiendo solamente de nuestras acciones inclinadas a la bondad o maldad; en el mundo prehispánico dependía en su totalidad sobre cómo se moría. Para los nahuas no importaba cómo se había vivido, al contrario del canon occidental, en un mundo donde la muerte impera, el modo de perder la vida terrenal designa los caminos que el Teyolía debe tomar.

Como en todas las concepciones de un paraíso después de la muerte, el cielo es el representante, en este caso el Ilhuicatitonatiuh y Omecoyan que representan la morada del sol representa el sitio a dónde irán los guerreros que murieron en combate, las sacerdotisas que servían al templo, las mujeres que morían en labor de parto, también quienes eran sacrificados y los comerciantes o pochtecas. Al Tlalocan que es el sitio de la luna o la mansión de Tláloc, irían las personas cuya muerte estuvo relacionada con el agua. El Chichihualcualco o lugar del árbol nodriza, era un paraíso infantil; sobre todos los sitios donde iban los difuntos, éste es muy singular, pues acogía a los niños muertos durante su lactancia, incluso ahí había un árbol enorme que goteaba leche para alimentar las almas de los niños, esto representaba un tiempo de espera pues a la llegada del sexto sol, se encontrarían con la luz de la vida una vez más. Por último, se encuentra el Mictlan o lugar de los muertos, este era el sitio más profundo en la Tierra y era a donde iban aquellos hombres que tenían una muerte común.


Han terminado tus penas, vete, pues, a dormir tu sueño mortal

El título en el presente apartado son las palabras que recibirían las almas que llegan al inframundo; después de ser acompañados por un techichi[3], cruzar el río de Apanohuaya¸ pasar por unas montañas siempre en fricción, de nombre Tepetlmonamictia; atravesar ocho colinas donde siempre hay una tormenta de nieve, pasar por un bosque donde habita un enorme tigre, caer en el pantano o Apanviayo para enfrentarse a una lagartija de nombre Xochitonal. Al final de tal travesía llegan con Mictlantecuhtli, para escuchar las palabras ya mencionadas, entonces emprenden su descanso donde se convierten en nada.

Más allá del mundo taumatúrgico donde se sumergían los difuntos, en el mundo terrenal se encargaban de realizar ciertos rituales «a partir del instante del fallecimiento se inicia un ritual complejo que tiene como fin […] encaminarlo hacia el lugar del inframundo que le corresponde.[4]» Estos rituales estaban por completo rodeados con supersticiones que adornaban dichos eventos con factores muy atractivos. Un buen ejemplo son las preparaciones que se realizan cuando muere una mujer en el parto; se vestían con sus mejores atuendos, luego en la puesta de sol el marido la cargaba hasta el templo donde sería sepultada.

Tras la llegada de los españoles a América en el siglo XVI, las tradiciones de nuestros antepasados y la de los europeos, se preservaron de tal manera que llegaron a mezclarse. Ellos venían celebrando el día de todos los santos y los prehispánicos «festejaban en el mes tititl, mes en que se redimía el envejecimiento anual mediante el sacrificio de la diosa Ilamatecuhtli.[5]» Los españoles ya instalados en México, integran al calendario litúrgico el día de todos los santos y el de los fieles difuntos. Pronto las comunidades indígenas empiezan a ser evangelizadas ya que están sometidas al clero de los conquistadores europeos. El culto indígena a los muertos era considerado una tradición pagana para los frailes, aun así, las fiestas cristianas comienzan a fundirse con las tradiciones prehispánicas, generando de modo gradual lo que hoy como el día de muertos.

Gran cantidad de ritos funerarios relacionados con las festividades actuales, se mantenían en las fiestas cristianas de los días primero y segundo de noviembre. El Miccailhuitontli o celebración de los niños difuntos, llego a desplazar casi por completo la fiesta occidental cristiana de Todos los Santos. Finalmente, esta simbiosis de culturas ancestrales ha permanecido hasta nuestras fechas, creando un evento que ha llegado a ser parte de nuestra más rígida identidad mexicana.


Bibliografía

SAHAGÚN, fray Bernardino de, Historia General de las cosas de la Nueva España, edición de Josefina Garda Quintana y Alfredo López Austin, México, Conaculta/Alianza Editorial Mexicana, 1989.

JOHANSSON, Patrick. Día de muertos en el mundo prehispánico. UNAM, México.

Referencias electrónicas

http://sobrehistoria.com/el-dia-de-los-muertos-y-la-cultura-azteca/

[1] La referencia de la carne podrida llega a ser irónica, sin importar de quien viniere dicha carne, no olvidemos que al fin de todo se trataba de un ser con vida.

[2] JOHANSSON, Patrick. Día de muertos en el mundo prehispánico. UNAM, México. pp. 167.

[3] Un perro cuya misión era acompañar al difunto es su recorrido al Mictlan.

[4] JOHANSSON, Op. Cit. pp. 175

[5] Ibidem. pp. 191.

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