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Numeración en La Mandrágora

MAQUIAVELO, Nicolás.

El Príncipe. La Mandrágora,

Cátedra, Madrid, 1999, pp. 181-242.


La mandragola por su título original en italiano, es una comedia escrita por Maquiavelo en el año de 1518. Cuenta la historia de un joven florentino de nombre Callimaco que vivió en la ciudad de París, luego de quedar enamorado a oídas de la belleza de Lucrecia, una mujer florentina. Pero resulta que está casada con un doctor[1] de nombre Nicias, al que todos le veían la cara. Para lograr su objetivo Callimaco pide la ayuda de su criado, un charlatán y un fraile. Juntos llevan a cabo un plan para convencer a la esposa de Nicias a someterse a un tratamiento exótico a partir de una infusión hecha de mandrágora.

En está obra encontramos a ocho personajes, los principales son Callimaco, Ligurio y Micer Nicias; le siguen Siro, Fray Timoteo, Sostrata, una mujer y Lucrecia. La comedia está escrita en prosa y consta de un prólogo, cinco canciones que nos adecuan antes o al finalizar una serie de actos. Tiene cinco actos en los que podemos contar treinta y siete escenas distribuidas de la siguiente manera: tres escenas en el primer acto, seis escenas en el segundo acto, doce en el tercer acto (siendo éste el más extenso), diez en el cuarto acto, y cinco escenas en el quinto acto.

Callimaco es quien más número de líneas lleva en esta obra, después están Ligurio, Micer Nicias, Fray Timoteo, Lucrecia, Sostrata y una anónima que cuenta con solo cinco diálogos. Así el papel de las mujeres en la obra de Maquiavelo queda por así decirlo, relegado. Dentro de todo el texto Sostrata participa diez veces, Lucrecia, aunque es en apariencia un personaje central (es nombrada en toda la obra al menos treces veces, sólo detrás de Callimaco quien es nombrado veintiún veces), tiene dieciséis líneas que parecen no ser suficientes para conocer por lo menos a medias su carácter, siendo ella un personaje casi ignoto para el lector.

La ignominia de Lucrecia funciona a la perfección en el texto, no se puede predecir del todo qué llegaría a pasar al momento que Callimaco yazca con ella. Si bien leemos que Lucrecia es un personaje aún más astuto que Micer Nicias, podemos percibir cierta ingenuidad o inocencia de su parte, pues se deja convencer por su madre y Fray Timoteo a llevar a cabo semejante proeza con tal de terminar preñada. Se hace notoria la poca aparición de este personaje, cuando en dos momentos cruciales de La Mandrágora, son Micer Nicias y Callimaco quienes hablan por ella o repiten sus palabras. Primero al negarse a ir a los baños, y al momento de conseguir su orina para las supuestas pruebas de fertilidad, es su esposo quien nos da esta información. Luego Callimaco cita las palabras que siempre quiso escuchar por parte de Lucrecia:


«Ya que tu astucia, la estupidez de mi marido, la simpleza de mi madre, y la avaricia de mi confesor me han llevado a hacer algo que por mí misma nunca habría hecho, quiero creer que sea celeste disposición el que así haya sido, y que yo no soy quién para rehusar lo que el cielo quiere que acepte. Así que te tomo como señor, amo y guía: tú eres mi padre, tú mi defensor, y quiero que seas tú todo mi bien; y lo que mi marido ha querido para una noche quiero yo que lo tenga para siempre: te harás su compadre y vendrás esta mañana a la iglesia y de allí regresarás a casa a comer con nosotros; y quien decida si te vas o te quedas serás tú, y así podremos en cualquier momento y hora estar juntos sin infundir sospechas.»[2]


Después esto, sugiero que incluso Lucrecia pudo no tener ninguna línea dentro de la obra y aun así no afectar del todo el objetivo del texto. Lucrecia llega a ser solamente una meta y no un personaje cuyos actos lleguen a desviar los objetivos de Callimaco, todos hablan por ella. Para concluir, se podría decir que, por la poca aparición de un personaje que consideraríamos central, La Mandrágora concluye con el tradicional final feliz en el que todos consiguen lo deseado.




[1] Doctor designa a doctor en leyes, abogado. Al médico se le llama maestro.

[2] MAQUIAVELO, Nicolás. El Príncipe. La Mandrágora, Cátedra, Madrid, 1999, pág. 239.

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