[Título desconocido]
Entre el humo del tabaco y la penumbra aislada, nos encontrábamos frente a frente, en una maravillosa primera vez, en nuestro primer intercambio de miradas. Separados de las multitudes con ánimos desaforados de fiesta. A distancia se observa la pista de luces llamativas, centrada y poseída por un millón de ojos atentos a sus festines nocturnos. Alejándonos de toda realidad jugamos a conocernos, jugamos a agradarnos, interpretando nuestros papeles de la manera más precisa, sin falsedades ni sobrecargos.
Yo por un lado confesé mi poca experiencia en estas tertulias, tú por tu parte, consoladora y comprensiva me impulsaste a perder el buen juicio, a desatarme en actos y modos apegados a la moral. No concebíamos nada más que nuestros cuerpos, la noche avanzaba sin novedad para ambos, la tierra seguía su curso y sus movimientos acostumbrados. Nos dijimos nuestros nombres, nos llamamos como quisimos, confesamos todo lo inconfesable, nos mentimos a tal grado de concebir un ideal perfecto, éramos perfectos.
Tú encantador cuerpo postrado sobre mis piernas logró extasiarme y excitarme a tal grado de concebir la felicidad saciando los deseos y los placeres de los sentidos, el tacto contribuyó al conocimiento de tus diversos relieves, de tus perfectas curvas, el olfato percibía el olor dulce y empalagoso de tu cuello, el aroma fresco y terso de tu aroma. Los ojos contribuyeron a la comprensión de los méritos, a la admiración de la perfección de tu cuerpo semidesnudo. Con mis labios recogí la miel de tu savia, y con el oído recopilé cada una de las falsas palabras emanadas de tu ser.
Por momentos atónito y desprovisto de palabras y elocuencia, me encontraba embriagado, alucinante y feliz. Nuestro tiempo se consumió como una mecha corta a la cual se le prende fuego prematuramente. Fenecieron los instantes de gloria, acabando con nuestro falso juego, invadiéndome la tristeza a cada paso que te alejaba de mí ser. Nunca más volví a ver a esa mujer, nunca más Jaime Sabines tuvo más elocuencia en sus versos.
