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Cuento: El Hombre Viejo

El hombre viejo, cansado entró a su cocina, tomando un respiro acercó una silla a la mesa en donde quedaban las sobras de una cena ligera y poco suculenta. Se sentó como pudo y se quedó viendo las migajas de pan que tapizaban el lugar de reposo de sus brazos y prefirió dejarlos atados a su cuerpo, descansándolos sobre sus piernas débiles. Alzó la mirada luego de un momento y se encontró con uno de sus tantos hijos sentado frente a él del otro lado de la mesa, observándolo como quien se queda petrificado hora tras hora admirando una obra de arte en un museo, hasta que el hombre viejo rompió el silencio.

- Una noche mi padre me confesó el porqué de tanto cansancio y repulsión hacia él y al mundo…- dijo el hombre viejo aletargado y con la mirada perdida.

- ¿Mi abuelo?- interrumpió el hijo para reafirmar que había escuchado bien.

- Si tu abuelo, quien más podría ser niño. Una noche llego a casa después de trabajar todo el día, recuerdo bien que traía una camisa holgada y sucia, su pelo parecía un árbol de ramas largas y desequilibradas. Se sentó frente a mí y percibí su olor a sudor mezclado con la tierra, el calor y el humo de la ladrillera. Sus manos eran burdas, toscas pero a la vez fuertes como el roble. Dio un largo suspiro que alcanzó a pasar por mi cara y me dijo: «Durante todos estos años pase mi vida haciendo cosas que nunca me pertenecieron. Viví mis días como si nunca fueran a terminar, me ahogué en los excesos y es hasta ahora que estoy débil y viejo cuando por fin comprendo que esta vida no tiene sentido si no sabes para que estas vivo.»-.

Su hijo seguía viéndolo sin quitarle la vista de encima y sin decir ni una sola palabra.

- Eso fue lo último que me dijo mi padre aquella noche. Se levantó de donde estaba y salió de la casa. Nunca más lo volví a ver – dijo el hombre viejo. Hizo una pausa, recuperó el aliento, dio un suspiro y bajó la mirada, encontrando sus manos frente a él, que al parecer ya no le pertenecían, pues parecía que daban pequeños saltos constantemente queriendo huir de ese cuerpo acabado y fatigado.

-Bueno, que esperas muchacho, trae la hoya con el agua tibia y el jabón rosa que está afuera en el patio.-

El hijo rápido se paró de su silla y fue al patio trasero por la hoya de peltre que se encontraba justo en medio de aquel corral, pues la había dejado ahí toda la tarde para que los rayos del sol calentaran el agua para cuando su padre llegara. Se echó el jabón a la bolsa para llevarse la hoya con las dos manos a la cocina. Cuando entró, vio a ese costal de huesos desparramado en la silla, con una de sus manos hundidas en el rostro tallándoselo como queriendo borrar las arrugas que el tiempo le había demandado. Se acercó sigiloso a su viejo para no sobresaltarlo, se arrodilló a sus pies como el cordero a su pastor, le quitó muy despacio los zapatos pesados que adornaban aquella escultura antiquísima para no romperla en pedacitos y sumergió los pies del hombre viejo en la hoya para empezar a limpiarlos con el jabón que aún seguía en su bolsillo.

-De tu abuela que te puedo decir- siguió hablando - murió justo el día que nací… o al menos eso me decía la gente. Nunca lo he sabido en realidad, pues desde pequeño, no solía tener una relación estrecha con mi padre, por lo que nunca me habló de esa situación; mis hermanos me ignoraban y la mayoría de ellos nunca se supieron mi nombre. Fue por eso que me refugié en la sociedad creyendo que esta misma me daría razón de mi madre, pero todo lo que encontré fue un sin fin de contradicciones. Me contaban que las mujeres no existían, que solo eran ideas para que el hombre no se sintiera tan solo en su mundo; otros me decían que las mujeres eran seres oscuros de los cuales debíamos de protegernos, que no tenían ni una pisca de luz y que nos chupaban todo sentimiento de purificación y razón. Pero entonces cuando les reprochaba de donde habíamos nacido todos nosotros solían recalcarme que nuestro origen no tiene ningún tipo de importancia « ¡Lo que importa es que estamos vivos y ya!» sentenciaban sobre mí, con su pulgar sobre mi frente, como queriéndolo atornillar a mi cráneo.-

Un lapso de silencio inundó toda la casa. Solo en los recovecos murmuraba el sonido del agua que escurría de los pies del hombre viejo.

-Talla bien en las plantas que parece que siempre uso un huarache hecho de mezcla- dijo el hombre viejo mientras acomodaba las ideas en su cabeza, pues sentía que por la edad se le filtraban al vacío. Después siguió:

-Pobre de mi madre, la olvidé antes de existir… nunca pasó por mi cabeza pensar cual era mi origen, me dejé llevar por lo que decían las personas, me volví uno de ellos, hueco, sordo, ciego, desocupado y sin un plan de vida, sin un objetivo, sin rumbo, sin saber para que estoy vivo. Moribundo e incompleto en la tierra, sin el calor que solo una mamá puede crear al tener a su hijo acurrucadito sobre sus senos, me fui deshidratando por la falta de ese líquido maternal que le da fuerzas y animo al bebe durante el resto de su vida. Sediento de la verdad, no sabía que me estaba emborrachando con falacias -.

El hombre se quedó aturdido por un par de segundos que se vistieron de eternidad en aquella cocina. Tomó del hombro a su hijo que enjuagaba sus pies con la poca agua mugrienta que quedaba sobre la hoya y con un tono distinto de voz al que había emanado durante toda su vida le dijo:

-Deja así muchacho, sécame rápido los pies y ponme otra vez mis zapatos… Apúrate niño.-

Aquel hombre viejo se levantó con mucho esfuerzo de la silla, dio un gran suspiro como queriendo expulsar todo lo que lo hacía anciano para recuperar las fuerzas y se dirigió a la entrada de la casa. Cruzando el zaguán, tomó el bastón que se encontraba recargado a un costado de la puerta y el sombrero polveado que nunca había sido movido de la estaca de la pared, le dio un soplido con las ultimas fuerzas anidadas en esos desquebrajados pulmones y se lo acomodó en la cabeza.

-¿A dónde vas hombre?- le dijo su hijo desde la cocina, donde se podía observar claramente el pasillo que conducía hasta la entrada de la casa.

-A buscar a mi madre- respondió el hombre viejo sin regresar la vista mientras abría la puerta.

-¿Y no crees que ya haya muerto?- pronunció el muchacho confundido por todo lo que había escuchado y recorrido su pensamiento.

-Es lo más probable, pero debo de comenzar a buscar mi origen y no dejarlo en el olvido como lo hicieron y lo seguirán haciendo todos. Ese es mi lugar, encontré mi sentido de la vida y te recomiendo que comiences a buscar el tuyo hijo. Ahora tú eres el hombre viejo aquí-.


«Eso fue lo último que me dijo mi padre aquella noche» pronunció el hijo del hombre viejo mientras tenía sus pies sumergidos en agua tibia y su hijo se los limpiaba de la misma manera en que él se los había limpiado a su hombre viejo.

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