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Únicamente humano


El primatólogo Alejandro Estrada nos dice: “la filosofía y la ingeniería no han remplazado la actividad del animal humano; simplemente constituyen una adición a su repertorio de conductas. El haber desarrollado el concepto de felicidad y haber podido expresarlo por medio de palabras no nos impide seguir manifestando el comportamiento conocido como sonrisa ni manifestar un estado emocional especial con posturas características”. La sonrisa es uno de los medios de comunicación no verbal más potentes que tiene nuestra especie para promover los lazos sociales. Expresiones faciales similares en estructura y función a la sonrisa aparecen también en otros primates. La sonrisa plantea el filósofo Alfonso Reyes, “es la primera opinión del espíritu sobre la materia” esta idea es tomada del tratado La Risa de Henri Bergson quien dice que “la risa es la reacción a la imposición de lo mecánico en lo vivo”. Tanto en Reyes como en Bergson, el dualismo heredado de la filosofía griega les impide distinguir el hilo continuo de las expresiones en el hombre y los animales que nos estrechan hasta el punto de no poder distinguir lo que antes se creía únicamente humano. El etólogo Alejandro Estrada nos explica que la sonrisa y la risa se derivan evolutivamente del gesto facial de relajamiento con la boca abierta o “cara de juego”, observado en todos los primates al jugar. El hombre se alimenta, corteja, se reproduce, cuida a su progenie y parientes, forma jerarquías sociales, inventa lenguajes simbólicos para comunicarse, inventa religiones para interpretar simbólicamente el mundo externo y sus experiencias, se organiza por medio de lazos de parentesco, usa y manufactura artefactos de modo compulsivo; es influido por su estado hormonal, gesticula de modos característicos, sonríe, llora, alza las cejas rápidamente en los saludos amigables, se abraza, se besa, etc. Todos estos son comportamientos manifestados por las personas a pesar de las diferencias lingüísticas y culturales que se encuentran en cada región del planeta. Algunos de estos comportamientos pueden observarse de modo incipiente en los primates, por lo que asumimos que sus orígenes están fuertemente arraigados en la historia filogenética de nuestra especie.

El hombre no es único en cuanto a sus habilidades tecnológicas y su capacidad de pensamiento abstracto. Muchos animales presentan, como parte de su repertorio conductual, una habilidad para hacer artefactos tales como nidos, camas y madrigueras. Entre los primates no humanos hay pruebas de la existencia del pensamiento abstracto. Por ejemplo, los chimpancés se reconocen a si mismos al verse en un espejo y son capaces de modificar ramas de plantas para darles características especiales de longitud y grosor con el fin de extraer termitas de sus nidos, sin estar en presencia de los termiteros. En el caso de la evolución del lenguaje hablado, se suponía que este era un rasgo que diferenciaba a los hombres del resto de los animales. Sin embargo, la evidencia etológica apunta a ciertos rasgos en el comportamiento oral de otras especies semejantes a algunos procesos subyacentes a nuestros sistemas de comunicación oral. Por ejemplo, en los macacos japoneses y en los monos ardilla del nuevo mundo, las madres muestran respuestas selectivas a las grabaciones de las emociones de individuos jóvenes; responden mas vigorosamente a los llamados de sus crías que a los jóvenes no emparentados con ellas. En monos Rhesus de la India, los jóvenes responden más a los llamados de su propia madre que a los de otras hembras. Otros experimentos con chimpancés demuestran que los individuos son capaces de discriminar entre las voces de animales conocidos, extraños y entre las de machos y hembras.

Entre los monos mangabeis del África los grupos responden de modo selectivo a diferencias en las voces emitidas por machos de diferentes grupos. Es de esperar que los primates al ser animales inteligentes, de larga vida e intensamente sociales aprendan a asociar características vocales individuales con otros atributos de importancia social. Esto es similar a los elementos paralingüísticos del lenguaje humano, con los cuales identificamos la edad, el sexo y la procedencia de una persona. Los monos verdes africanos emiten señales de alarma que indican el tipo de depredador a los otros miembros del grupo; Además cada tipo de vocalización esta asociada a una respuesta de escape adecuada.

La existencia de dialectos y la importancia del aprendizaje y la tradición social en los sistemas vocales de los primates también han sido estudiadas. Por ejemplo, tropas de macacos japoneses que viven en localidades distintas enfrentando diversos peligros emiten señales con significados que únicamente pueden ser identificadas por las tropas de cada localidad. Los datos sobre la complejidad de la comunicación en los primates sugieren que los homínidos eran criaturas que tenían un tipo de comunicación parecido al de los monos, y cuya maquinaria auditivo-comunicativa estaba mas que lista para desempeñar funciones “primitivas” del habla como las que se han observado en los primates actuales. Esa suposición considera que el habla humana tiene una historia mas larga de la que se había considerado anteriormente y que tiene bases neurológicas complejas compartidas por todos los miembros de la especie sin importar la diversidad de sus lenguajes.

A pesar de todo esto muchas personas creen que es un insulto ver al hombre como a un animal. Después de todo, el hombre, Homo sapiens, es una especie primate, un fenómeno biológico dominado por reglas biológicas, como cualquier otra especie. Es verdad que la especie humana es un animal extraordinario, pero todas las especies animales son también extraordinarias a su manera. Frans de Waal en su libro La Edad de la Empatía; narra esta anécdota, en 1835 llegó al zoo de Londres un chimpancé macho, al que vistieron de marinero. Le siguió una hembra de orangután, a la que le pusieron un vestido de mujer; La reina victoria fue a verlos, y quedo horrorizada. Describió a los antropoides como “siniestros, además de penosa y desagradablemente humanos.” Este era un sentimiento muy extendido, y aun hoy me encuentro de vez en cuando con gente que los considera “repulsivos”. ¿Cómo pueden sentir eso, a menos que los antropoides les estén diciendo algo sobre si mismos que no quieren oír? Cuando el entonces joven Charles Darwin examinó los citados antropoides, compartió la conclusión de la reina, pero no su repulsión; Darwin consideraba que cualquiera que estuviese convencido de la superioridad humana debía echar un vistazo a aquellos monos.

Todo esto ocurría en un pasado no tan distante, mucho después de que la religión occidental hubiera propagado el credo de la excepcionalidad humana a todos los ámbitos del conocimiento. La filosofía lo heredó al fundirse con la teología y las ciencias sociales lo heredaron de su procedencia filosófica. Estas raíces religiosas se reflejan en la resistencia continuada al segundo mensaje de la teoría evolutiva. El primero es que todos los animales y plantas, nosotros incluidos, son producto de un mismo proceso. Hoy en día esto se acepta ampliamente, incluso fuera de la biología. Pero el segundo mensaje es que entre nosotros y el resto de formas de vida hay una continuidad, no sólo corporal, sino también mental. Lo cual sigue resultando difícil de aceptar. Hasta quienes reconocen que la humanidad es un producto de la evolución, continúan buscando esa chispa divina, esa “enorme anomalía” que nos sitúa aparte.

See you space cowboys.


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