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Cuento: Difuminando Realidades

Difuminando realidades, figuremos a un hombre de unos veinte o veinticinco años de edad, de estatura considerable, huesos anchos y para finalizar, en este caso nuestro personaje no tendrá nombre, pero sí un adjetivo que nos ayude a distinguirlo… este hombre tiene rostro parecido al de un cerdo; ojos caídos, pronunciadas ojeras anunciando una mirada soberbia, labios un poco gruesos que en conjunto se ven normales, pero en su acción al masticar son de mal gusto para las miradas. Y por último detalle, piel blanquecina con leves tonos rosas. Así de repugnante será nuestro personaje principal.

Tenemos un hombre cara de cerdo caminando por la vida, sin rumbo ni razón de ser, sin futuro y sin pasado. Común, demasiado común diría yo. El hombre cara de cerdo muy inestable, pasó por varios colegios y gracias a esto conoció a varias personas con las cuales hizo amistad. El hombre no tenía problemas para relacionarse, se hizo de varios “amigos”, algo raro, ya que él no era nada interesante, ni agradable, pero tampoco era tan incómodo estar con él. En fin, como dije antes, simple y llanamente era una persona común y corriente.

La primera impresión que tenía cualquier persona de él, es que era un joven sin ambiciones, tranquilo, con algún talento escondido o sin descubrir, y algo amistoso a pesar de ser una compañía muy aburrida. Vivía con sus padres, formando una pequeña familia de clase media baja y con bajas expectativas de progresar, ya que el camino del joven cara de cerdo apuntaba a trabajos duros y mal pagados, de medida obrera. A pesar de las carencias de la familia del hombre cara de cerdo, nada les impedía vivir en paz, con felicidad y estabilidad emocional.

En un atardecer el hombre vagaba por la ciudad; se detenía para ver ropa, comida y uno que otro lujo innecesario tras las vitrinas de varios comercios. Miraba a la gente que iba dentro de sus autos; el hombre suspiraba y seguía caminando. Así caminando, llegó muy tarde a su casa y notó algo raro, pues las luces de ésta aún estaban encendidas, cosa que le extrañó, pues sus padres nunca le esperaban cuando llegaba tarde a casa. Entró a ella un poco temeroso, esperando alguna desgracia. Abrió la puerta y vio a sus padres bailando y cantando con alegría alrededor de unos sacos color negro.

- ¿Qué pasa, por qué tanto alboroto? – preguntó extrañado el hombre cara de cerdo.

- ¡Somos ricos hijo! – gritaron los padres con inusitada coordinación teatral.

El padre tomó uno de esos sacos negros notoriamente llenos de algo y empezó a vaciarlo con enajenación por toda la casa. Del costal salían chorros de billetes, billetes del más alto valor, billetes recién impresos, billetes con ese olor particular que ningún hombre cuerdo conoce. Así es, en la casa del hombre cara cerdo había docenas de sacos negros atiburrados de papel moneda. La felicidad estalló dentro de la familia y bailaron eufóricamente festejando la riqueza que repentinamente llegó a su hogar. ¿Cómo llegó el dinero? nunca se supo o el hombre cara de cerdo no lo quiso preguntar, la procedencia no era importante; sólo el hecho de tenerlo y saber en qué gastarlo era lo que les daba volteretas dentro de sus cabezas. Esa noche nuestro personaje durmió muy tranquilo, y por raro que parezca, por primera vez en su vida, comenzó a tener sueños; no de esos sueños con elefantes rosas, sino a soñar como los niños lo hacen, aspirando a vivir como un héroe, astronauta o un famoso deportista.

Despertó a primera hora, entró a la habitación donde yacían los costales de dinero, tomó un puñado de billetes y salió sonriente a la calle. Caminaba con tanta seguridad y con el pecho tan erguido que hasta llamaba la atención de algunas personas, su mirada pasaba altiva sobre la demás gente que deambulaba por las calles en esa mañana; sus pasos firmes llegaron a su primer destino, una tienda de ropa y calzado de primera línea. En un par de horas salió del lugar, cargando cajas de zapatos, también lujosos bolsos con guardapolvos, camisas de todo tipo de telas y de colores, pantalones, suéteres, chalecos, ropa interior y hasta corbatas. Esa noche salió al centro de la ciudad con un elegante atuendo y actitud; llamó a varios de sus amigos y los invitó al bar más costoso que encontró. Con estilo triunfante se dirigía a sus viejos amigos, con petulancia, bebía el alcohol más caro; volteaba con excesiva seguridad a ver a las mujeres más atractivas que había en ese lugar, se atrevió a invitarles una copa y enviarles flores a dos de ellas que le habían llamado la atención; las chicas recibían las bebidas y las flores con sonrisas, mientras el hombre cara de cerdo las observaba muy rijoso y pretencioso. Para terminar el acto, pagó la cuenta de todas las personas que estaban esa noche en el bar, sin despedirse de sus amigos salió triunfante del bar, tomó un taxi de vuelta a casa. Cuando llegó, notó que había dos lujosos autos estacionados frente a su hogar también remodelado y vistoso.

En los últimos meses hubo cambios en la familia del hombre cara de cerdo, cambios tanto de actitud como de vestimenta. Todos en esa familia hablaban con más seguridad y trataban a la demás gente como pordioseros. Contrataron a una mucama, cada fin de semana cenaban pavo relleno o langosta. Salieron de la ciudad por primera vez en sus vidas, el destino vacacional fue la playa, hospedándose en un muy buen hotel. Pusieron un negocio de botica, el cual prosperó muy rápido (pues por increíble que parezca, la ciudad entera carecía de una buena botica) y lograron establecer otras tres boticas en diferentes puntos de la ciudad. Ahora tenían el poder de contratar gente, a los que maltrataban y humillaban en cuanto les parecía ocasión precisa de hacerlo. El hombre cara de cerdo empleó a algunos de sus amigos ya que necesitaban trabajo, los primeros días se comportaba bien con ellos y a veces, cuando se cerraba tarde el negocio, los llevaba en su auto nuevo hasta sus hogares, o les invitaba a cenar al restaurante de moda. Pero después los trataba con arrogancia, se burlaba de ellos, les decía que eran pobres, que nunca en la vida avanzarían y que toda su vida serían sus mal pagados e infelices empleados. Al pasar algunos días, se avergonzaba de salir con ellos pues no portaban la misma marca de ropa, ni el mismo estilo, ni la elegancia con la que él andaba. El hombre cara de cerdo sentía que había triunfado, nada ni nadie se podía comparar con él, tanto su ego como su fortuna iban en gradual aumento, a veces se apodaba a sí mismo como “El Mejor”, “El Único”, “Al que todo mundo envidia”. Cuando salía en su auto nuevo y cuando paseaba por los centros comerciales notaba que las mujeres lo volteaban a ver con respectivos coqueteos, (aunque no era nada raro, ya que la ciudad que habitaba era un lugar poblado en su mayoría por mujeres interesadas, es decir, era una ciudad donde habitaban mujeres que se relacionarían con un hombre horrible no sólo físicamente sino de malas aptitudes, con tal de pasearse en auto y recibir uno que otro regalo) esto mejoró el egocentrismo y confianza de nuestro personaje, y terminó por creerse un hombre codiciado y atractivo.

“Pobre gente, nunca van a progresar, son tan necesitados y tan hambrientos que no disfrutan la verdadera vida.” pensaba el hombre cara de cerdo mientras fumaba un cigarrillo, sentado en el balcón de un bar. “No cabe duda que soy superior a ellos; ellos no son iguales a mí.” Un día de ocio, el hombre veía un programa de televisión donde unos chefs preparaban la cena de un importante grupo de políticos. Al final del banquete los políticos felicitaban a los chefs por el distinguido menú, brindaban con el mejor champagne y se trataban con desdeño, pues todos ellos se creían mejor uno que el otro y su convivencia era hipócrita e interesada. El hombre cara de cerdo se maravilló con la sutileza en que se preparaban los alimentos, cómo los políticos hasta se daban el lujo de probar un bocado de un plato, dejarlo y pasar a otro; también notó que cada uno de ellos se consideraba el centro del universo.

Paseaba en su auto, tan presuntuoso como siempre, desvió su destino para antes pasar por una calle donde había varios puestos de comida a precio accesible, donde los obreros de la colonia solían comer. Bajó la velocidad de su auto al pasar por los locales y empezó a insultar a los comensales que estaban ahí. - Malditos pobres, ¿sólo para esto les alcanza? ¿Saben qué es lo que están comiendo? Están comiendo mierda, porque eso es lo que ustedes son, pura mierda. - Aumentó la marcha del auto y salió riendo carcajadas del lugar. Entró en un restaurant de comida japonesa, pidió el platillo con el nombre más extraño y comenzó a masticar con orgullo cada bocado, mientras con una sonrisa macabra pensaba, “esto es vida”. En esa misma noche repitió la hazaña en otros tres restaurantes de renombre. Había triunfado de nuevo pues ahora su paladar era exigente y conocedor de verdaderos alimentos aptos para su clase.

El hombre cara de cerdo contaba los nuevos ingresos de una de las boticas, siempre orgulloso y con precaución, no fuera a andar por ahí un ladrón envidioso y pobre, que atentara contra él y sus preciados billetes. Al hombre no tardó en llegarle la idea de ser todo un hombre de negocios; usando siempre un hermoso traje, montado en su auto último modelo, con sirvientes rodeándolo, personal de seguridad, apareciendo en las primeras planas de los periódicos, comiendo de lo mejor, viajando por el mundo. Todo eso pasó por su cabeza mientras acariciaba el dinero, y se preguntó: ¿Pero, todo esto cómo voy a lograrlo? Aún tenía algunos billetes por contar y algunos salarios que pagar, pero al finalizar esas tareas se sintió tan satisfecho por su trabajo, que de pronto le surgió la maravillosa respuesta a su pregunta. De la nada ya era un hombre de negocios, importante e irremplazable; pues él a diario contaba muchos billetes y monedas, pagaba salarios a pobres y explotados trabajadores, andaba en un buen coche, comía bien, vestía al último grito de la moda. Luego comenzó a guardar y organizar el dinero en la caja fuerte y de pronto, otro fantástico logro llegó a sus ojos, pues no sólo vivía como un importante hombre de negocios, sino que también organizaba el dinero, lo que se vendía y compraba en la botica, por lo tanto, también era administrador. ¡Éxito! ¡Qué se prepare la ciudad, no, no sólo la ciudad, el mundo! Pues ahora teníamos a un administrador, todo un hombre de negocios, guapo, joven y competente, todos sus logros salían de la nada, sin el menor esfuerzo, y eso lo convertía en alguien eficaz, inteligente y talentoso. Se preguntaba cómo es que había “hombres de negocios” tan pobres, mal vestidos y humildes, “hombres de negocios” que trabajaban tanto que no tenían tiempo para disfrutar el poco dinero que ganaban. Se preguntaba eso, pues él, con sólo pestañear tenía nuevos laureles en su estante de trofeos imaginarios.

El hombre cara de cerdo salió esa noche a un bar, antes invitó a sus amigos, y ya en este lugar comenzaron a hablar sobre el futuro que les vendría, la bolsa de trabajo, los impuestos, los lujos que podrían tener y los lujos que nunca conocerían. Era lógico que hablaran de esto, pues los amigos del hombre cara de cerdo eran sólo estudiantes. Pero nuestro héroe solamente escuchaba la conversación y trataba de contener la risa.

- Al parecer se preocupan mucho por el buen futuro y empleo que no tendrán, así que se terminaron sus penas, yo les puedo dar trabajo, en mi botica, ahí siempre hay trabajo, además tienen que saber que soy un hombre de negocios, mientras me tengan a su lado sus problemas financieros se verán resueltos. - dijo el hombre con una gran sonrisa.

- ¿Ah sí? ¿Pero tú cómo nos ofreces un trabajo bien pagado? ¿Qué es lo que haces exactamente en la botica de tus padres? - preguntaron en unísono los amigos.

- ¡Soy administrador! Y eso me convierte en el hombre de negocios más codiciado y envidiado de esta ciudad y próximamente del mundo, seré visto como un ejemplo para los grandes capitalistas y las empresas trasnacionales no tardarán en voltear a verme, al notar mi trabajo y estrategia. Pues todo me sale a la perfección. Por cierto, la botica no es solamente de mis padres, gran parte es mía… de hecho, pensándolo bien, las tres boticas son mías, yo ayudé a conseguirlas, mis padres están ahí de vez en cuando, simplemente para echar un ojo al negocio, prestan su nombre a la botica, ya saben por seguridad, en realidad yo soy el cerebro que le da función a ese exitoso negocio; soy quien administra el dinero, soy el mandamás del lugar, los empleados me respetan y lo más importante, me temen. Ahí soy un líder, todos me siguen. Soy administrador y punto.

Los amigos del hombre cara de cerdo se quedaron estupefactos, disimuladamente cruzaban sus miradas, uno de ellos fingió toser para impedir que fuese notoria la carcajada que estuvo a punto de salírsele, otro se quedó en total silencio, pero con el rostro enrojecido por la pena ajena que sentía, los demás no sabían qué decir, o cómo continuar con la conversación.

- Qué bueno es que tengas tu futuro asegurado y que seas tan amable como para considerarnos en él, pero nosotros somos estudiantes, de hecho, yo estoy estudiando administración, no te quiero hacer menos, pero te conocí en la escuela secundaria y después en el segundo año te saliste de ella y creo que no concluiste esos estudios, es decir, cómo es que ahora te dices administrador, pues pienso que necesitas un título avalado por alguna universidad. En cuanto a nosotros, pues haremos lo mejor posible por tener algo de comida en nuestros hogares. - dijo uno de ellos.

Dicho lo cual, el hombre cara de cerdo se molestó tanto que sólo pagó su cuenta y se fue, excusándose con que tenía que despertar temprano para ir al trabajo y hacer más negocios. Algo incómodos sus amigos se despidieron de él y enseguida comenzaron a sacar las billeteras para pagar entre todos, la cuenta de lo que ellos consumieron en el bar.

En el trayecto del bar a su casa, el hombre cara de cerdo pensaba en eso de ser “estudiante”, en qué hacían los estudiantes exactamente, de cómo es que al graduarse en una carrera universitaria iban a conseguir empleo y luego dinero y luego vivir como él lo hacía, cómo podían estudiar y luego trabajar tanto para ganar tan poco, a él todo le había caído del cielo y sin el menor esfuerzo tenía lo más importante que puede existir en la vida de un hombre, el dinero. Concluyó que estudiar en universidades y leer libros era para personas pobres y poco astutas, pues él sin tocar un lápiz o un libro, ya lo tenía todo. Otra vez había triunfado, pero había algo dentro de él que no lo dejaba en paz, por primera vez en mucho tiempo no se sintió tan exitoso e imponente como antes, había algo que lo perturbaba, sabía que los estudiantes, no todos, pero sí algunos, lograrían tener dinero, fruto de sus arduos días en las aulas y bibliotecas. El hombre cara de cerdo tenía ahora un gran enemigo, los estudiantes.

No tardó mucho en hacer su primer ataque contra el nuevo enemigo. Un día esperó a la salida de los estudiantes de administración y contaduría. Estaba en su coche estacionado en frente de la facultad, cuando salió el primer tumulto de jóvenes estudiantes, cansados, hambrientos y entusiastas. El hombre cara de cerdo fue al ataque; puso en marcha el auto, arremetió contra ellos y les gritó.

-Desgraciados, se dicen administradores y no tienen dinero, yo no estudié nada y tengo más dinero que ustedes.

Los estudiantes, confundidos simplemente voltearon a ver el auto, después todos se soltaron a carcajadas, algunos de ellos tomaron piedras y las lanzaron contra el coche que ya se había retirado a gran velocidad. “algún loco” pensó el grupo de estudiantes. De cualquier modo, no fue algo que perturbó sus conciencias y todos siguieron con la rutina de siempre.

Nuestro héroe no estaba satisfecho, incluso conducía con rabia, muy enfurecido esquivaba a los demás autos, podría embestir a cualquiera que se interpusiera en su camino. “No… ellos no pueden tener nada, no esos mugrosos pobretones, con sus mochilas sucias y tenis desgastados, esos come-libros que siempre andan en grupitos. Yo me salí de la escuela a tiempo, no perdí mis valiosos días encerrado en aulas, y vean ahora lo tengo absolutamente todo, pero les demostraré a todos ellos, mis enemigos, que también puedo estudiar y lo puedo hacer cien veces mejor que ellos, sí, así les daré una lección a esos estudiantes mugrosos muertos de hambre”. Un semáforo en rojo detuvo su camino de vengativa reflexión, giró su cabeza a la izquierda y ahí había un llamativo anuncio. Diplomado en sopas frías, ven y consigue tu diplomado en tan sólo tres días, con un viaje incluido a la ciudad de la sopa fría, junto a los mejores chefs del mundo entero. Sólo necesitas los estudios mínimos para estar en nuestro distinguido equipo. Costo de inscripción al diplomado $30 000.00; te invita: Universidad Verdaderamente Clasista. Vaya sonrisa que cargaba ahora el hombre cara de cerdo, vaya postura erguida que llegó a su columna, el mundo estaba a su favor. Un diplomado era lo que necesitaba, sólo eso, pues con un diploma le callaría la boca a cualquier estudiante de cualquier facultad. Un extra, era que se trataba de una escuela privada, donde solamente asistían jóvenes con su clase y distinción, con la misma ropa, rostro y paladar. El hombre cara de cerdo estaba contento con el hecho de codearse por primera vez con gente de su clase, no esos amigos que tenía, mugrientos y pobres estudiantes de las universidades autónomas.

En el viaje del diplomado vivió más diversión absurda, en lugar de aprender realmente algo sobre las sopas frías, que de paso ya es algo absurdo. El primer día del viaje exhibió a sus acompañantes su prominente cuenta de banco, con lo cual consiguió nuevos amigos, que lo llenaban de alabes y abrazos, lo consideraban inteligente y una persona exitosa, claro, siempre y cuando él pagara el alcohol y la comida o la cantina donde pasarían el rato. El segundo día del distinguido diplomado fue un poco más intenso, pues ahora se propuso acostarse con alguna alumna; lo logró una vez que mencionó los negocios, automóviles y dinero que poseía. Pasó la noche en la habitación de una chica asombrada por su inteligencia y lo caballeroso que era cuando la adornaba con dinero. Excelente noche de alcohol, mujeres y nuevos amigos había pasado. El último día de viaje, fue a la presentación de sopas frías que los chefs de las diferentes universidades privadas habían preparado para concluir con el magnífico viaje de diplomado; el hombre cara de cerdo, al igual que todos los estudiantes presentes, pusieron poca atención a la preparación de las sopas, debido a la resaca que tenían ese día. Aun así, el hombre se codeó con los mejores chefs, con gente de su clase y al final recibió un diploma hecho con un papel hermoso y su nombre impreso con hermosas letras doradas. Diplomado en sopas frías, diploma, diplomado, diplomático, genio, héroe, experto en sopas frías; lo era todo y tenía un papel que lo confirmaba.

Figuremos tres antagonistas ahora. El primero, amigo del hombre cara de cerdo, un tipo simple, de la misma media de edad que el hombre cerdo. Hombre serio y con gusto por la lectura; lo identificaremos como el tipo serio, o callado, o de pocas palabras. El segundo, amigo del sujeto reservado; un hombre sobrio, también con gusto por la lectura, de hecho, era quien más leía y más comprendía tanto de textos como de vidas; lo identificaremos como el hombre leído, catedrático o sabio. El tercero un hombre que le gustaba vestir bien, beber bien y comer bien, amigo de los dos anteriores; también gustaba de la lectura y la poesía. Este último sujeto aprovechaba de su gran retórica para impactar a quien lo desconociera; lo identificaremos como el hombre de la verborrea, labia o facundia.

Llegó día en que el hombre cara de cerdo se cansó de salir con sus frecuentes amigos de bar y recordó que tenía un viejo conocido, ese tipejo humilde, que nada tenía de interesante, pero era de buena compañía, el hombre callado. Llegó en su auto nuevo a casa del tipo serio, tocó la puerta, esperó unos segundos, escuchó unos pasos. Vaya sorpresa, qué tiempo sin vernos, etcétera, etcétera.

- Hoy quedé con unos amigos, si quieres venir no creo que sea ningún problema. Pienso que sería bueno que te relaciones con esos muchachos que conozco desde hace años.- dijo el hombre serio.

- Está bien, los invitaré a algún bar, un bar de los caros, seguramente tú y tus amigos nunca han entrado en lugares de gran altura ¿verdad? – dijo el hombre cara de cerdo.

- Eh… claro.- el hombre serio, lo tomó con humor.

Ya en el bar de altura, el hombre serio los presentó. El tipo lector con su facha sencilla, el tipo de la verborrea con su facha barata pero elegante. El hombre saludó indiferente y luego todos comenzaron a pedir, escondidos tras las cartas del bar. Licor, un cigarro por favor, no fumo gracias, no bebo alcohol, gracias. Los tres viejos conocidos hablaban, encabezados por el hombre de la palabrería que hablaba siempre en voz alta. Tocaban un tema, luego otro, luego uno de ellos mencionaba un autor, otro citaba un libro, otro golpeaba la mesa y decía “no es posible”. Hablaban de libros, política, escritores, la universidad, la ciudad, el arte, las mujeres. El tipo de la verborrea hablaba cada vez más fuerte, el hombre leído callaba, tratando de no corregir y no herir sentimientos, el hombre serio buscaba una opinión certera dentro de su cabeza. Seguían hablando y así podrían seguir toda la vida si no tuviesen otros asuntos que atender. El hombre cara de cerdo simplemente los observaba, muy callado, muy atento, si uno decía algo, él asentía, si el otro lo contradecía, él asentía, si otro los contradecía a los dos, él asentía. El hombre cara de cerdo no habló casi nada esa tarde en el bar, con esas nuevas compañías, pero se sintió muy cómodo con ellos hablando de tantas cosas inéditas e impactantes. De repente, notó otro modo para sobresalir entre la gente. El hombre pagó la cuenta, los tres amigos agradecieron, salieron del establecimiento se despidieron afectivamente y tomaron diferentes caminos, pero antes el hombre cara de cerdo habló.

- ¿Podemos vernos otro día? En este mismo lugar o en cualquiera, y hablar así como lo hicieron hoy, así tan efusivos con tanto interés por lo que escuchaban y decían.- dijo con un brillo en los ojos.

- Claro, qué tal el fin de semana, ¿pueden todos, verdad?- dijo el hombre lector.

- Sí, por mi está perfecto, nos vemos aquí el sábado entrante, al atardecer.- dijo el hombre sensato.

- Me parece perfecto, pero en este mismo lugar, este bar, me gustó mucho.- dijo el hombre de la verborrea, casi dirigiéndose únicamente al hombre cara de cerdo.

El hombre cara de cerdo llegó a su casa, se encerró en su habitación, se recostó en su cama y comenzó a recordar ese encuentro insólito, con dos hombres desconocidos, que usaban palabras desconocidas; uno hablando fuerte y firme, casi gritando, el otro muy atinado en sus comentarios pero serenos, y su amigo, el hombre serio, participando en el tema cada vez que ellos decían algo que no le agradaba. Estaba tan feliz, se sentía otro tipo de persona, de otro nivel, y reunirse con ese tipo de personas le daba un plus a su diplomado. Pensaba, “cuando algún ex compañero del diplomado en sopas frías me vea con estos sujetos, hablando de cosas tan interesantes, me verán tan eminente que creerá que soy un letrado”. El hombre catadura de cerdo durmió plácidamente esa noche, esperando al próximo sábado en que se encontrarían de nuevo.

El día que tanto esperaba llegó. Ahora sólo faltaba a que diera la hora de verse con sus nuevos camaradas y salir a un lugar público para exponer lo grande que era él y su grupo. Puesta de sol y el hombre enseguida corrió a ducharse, a perfumarse, a vestirse con lo mejor que tenía. Encendió el auto y fue por el hombre serio, luego llegó a casa del hombre sabio y por último, por el hombre de la verborrea. Fueron a un bar mucho más lujoso que el de antes, tomaron asiento en una terraza exclusiva y pidieron sus bebidas; igual que la vez pasada, uno de los amigos preguntó qué era lo último que habían leído, en pocos minutos una discusión igual de ferviente a la anterior se desató, el hombre cara de cerdo simplemente observaba a cada uno de los tres partícipes, escuchaba atento, no sabía quién realmente tenía la razón, pero ahí estaba, con mueca de saber de qué se hablaba, hasta con aires de conocer más del tema que ellos. Él, silencioso y sin cabida en la charla, comenzó a aburrirse, tras esto se enfocó más en la manera de hablar y gesticular de cada uno de sus acompañantes; el hombre sabio hablaba con firmeza, convencido de lo que decía, en su postura firme y fiel. Su amigo, el tipo serio, no había mucho que verle, era un hombre siempre agachado, hablaba rápido y con algo de duda en sus palabras. En cambio, el hombre de la cháchara siempre hablaba fuerte, con esa voz distinguible, movía enérgicamente las manos, también movía mucho sus pies, la cabeza, se tronaba los huesos de los dedos, en ocasiones gritaba, se veía activo y lúcido, con sólo echarle un ojo, cualquiera podría confundirlo con un gran ideólogo moderno. Luego de estos detalles descubiertos por el hombre cara de cerdo, pasó a otro aspecto, uno que nunca podría pasársele desapercibido, la vestimenta de cada uno de estos sujetos. El hombre reservado, vestía simple, ocultaba su facha con una chaqueta fina, de ahí en más, vestía vaqueros, unos desgastados tenis, una camiseta de tela barata y para darle un toque especial, los cabellos largos y enmarañados. El hombre culto, era igual, muy sencillo, básicamente, un abrigo, tenis, y playera lo vestían. El hombre de la labia usaba un esmoquin negro, zapatos lustrados y cabello perfectamente peinado, fijado con litros de gel, para impedir cualquier imperfección. El hombre cara de cerdo, no sabía quién de estos tres sujetos decía cosas sensatas y atinadas dentro de la discusión, no tenía idea de quienes eran los escritores que citaban, de hecho, no conocía ni una cuarta parte de las palabras que usaban estos hombres, pero guiado por la manera de vestir, hablar y por la energía con la que se dirigían, concluyó en que el hombre de la verborrea era quien tenía siempre la razón en el debate, “les debe estar dando una paliza con esos argumentos”, pensaba. Como siempre, nuestro héroe pagó la considerable cuenta del bar y se marcharon, llevando a cada uno de sus acompañantes a sus casas. El último en llevar fue al hombre serio.

- Antes de que te vayas ten este par de libros, son un regalo, algo de García Márquez y Roa Bastos.- dijo el hombre serio.

- ¿Libros? ¿Es de esto de lo que tanto hablan verdad?- preguntó asombrado el hombre cara de puerco.

- Sí, acércate un poco a esto de la literatura, es muy interesante y no dudo que uno que otro libro te saque una lágrima. De buena intención te acerco los libros, son un buen pasatiempo, no te obligo a nada, simplemente inténtalo, además así podrías participar en nuestras tontas conversaciones, para que no estés siempre tan callado.- Dijo el hombre circunspecto.

- Sí, leeré estos libros y muchos más.

El hombre cara de verraco leyó en sólo dos días esa pequeña novela de García Márquez, lo cual lo llenó de alegría y orgullo, pero no por el hermoso mensaje que llevaba esa obra, sino porque había empezado a hacer algo que pocos hacían en esa ciudad, y podría resaltar sobre la muchedumbre; leer, ahora sería su nueva arma y también entraba en su estándar de personas aptas para su compañía. El buen vestir, el buen comer, la buena ingesta de alcohol, el tener grandes empresas, el tener una fuerte cuenta bancaria y leer descomunalmente cualquier texto, serían sus nuevos mandamientos y puntos de prejuicios.

Telefoneó a sus tres amigos, pidiéndoles recomendaciones literarias, estos con mucho gusto lo hicieron, pero antes necesitaba a alguien que lo acompañara a hacer sus compras. Pensó en su amigo el tipo reservado, pero no sería buena elección, ya que por su desobediente cabello largo, se vería mal entrando a la librería más lucrativa de la ciudad, pensó en el hombre sabio, pero su sencilla manera de vestir lo haría ver débil y como cualquier ciudadano simple que andaba por ahí. Él necesitaba a alguien de su altura, alguien con su mismo gusto por la ropa, alguien que lo hiciese notar entre los hombres y mujeres, “el hombre genio”, pensó, y sin dudarlo, puso en marcha su coche y fue a casa del hombre de la verborrea. Ven acompáñame a comprar libros, serás un buen guía para mis primeras adquisiciones.

El hombre hablador, le decía cosas estupendas de un libro, luego de otro, le hablaba de un autor, de otro autor. “tienes que leer a éste autor inglés, también a tal autor francés, pero por nada se te olvide aquel autor uruguayo”, decía en voz muy alta el hombre de la facundia, tanto así que algunos clientes voltearon a verlos. “Vaya este tipo lee muchísimo, indudablemente es él quien lee y sabe más de nuestro selecto grupo de pensantes”, caviló el hombre cara de cerdo. Al final de las compras salieron de la librería con bolsas repletas de libros, muy sonrientes los dos, caminando cual alfombra roja, con la admiración de todas las personas que los veían.

- Mira, toda la gente nos voltea a ver, creo que ya reconocen quienes mandan aquí en el mundo de la cultura y la literatura. - dijo excitado el hombre cara de cerdo.

- Así es mi cerdo amigo, somos lo máximo. - dijo el hombre de la verborrea.

Otro triunfo, además nuestro héroe tenía un compinche que seguía el estricto reglamento de una persona de altura como él. El hombre cara de cerdo había conseguido a su mejor amigo sobre la faz de la tierra, alguien a quien admirar, alguien que se vestía con la misma elegancia, y gustaba de comer en lugares buenos, alguien que tenía una opinión sensata sobre él… alguien que le daba la razón. Por otra parte, el hombre de la verborrea se sentía muy cómodo con alguien que lo pudiera llevar o sacar de su casa en coche y pasear por la ciudad; alguien que pagara las cuentas de esos bares y restaurants que él no podía pagar y lo mejor, alguien que le admiraba e imitaba hasta la idea y ademan más ridícula de su ser.

Las ganas de leer no le duraron mucho al hombre cara de cerdo, en total sólo leyó tres libros completos, de los cuales sacó conclusiones banas y superficiales, otros quince libros los dejó inconclusos debido a que le pareció literatura aburrida, complicada o innecesaria para él. De otros veintiocho libros sólo leyó el prólogo y por último de sus otros cuarentaicinco textos, se limitó a hacer lo que hacía su gran héroe, el hombre verborrea, “cuando un libro no tiene tiempo para ti, busca un resumen por el internet y listo, es igual que si lo hubieses leído.” El hombre cara de cerdo conocía una gran cantidad de autores, de hecho, se apegaba a la “filosofía” de estos, aunque sin leerlos, se sentía capaz de juzgar a estos escritores, defenderlos y hasta contradecir sus escritos.

“He leído tantos libros, conozco muchos autores, me he hecho de una vasta biblioteca, como esas que salen en las mansiones de hombres millonarios que veo en televisión”. Pensaba nuestro protagonista, mientras bebía una cerveza en una cantina para niños burgueses. Esta vez no invitó a su grupo de pensantes. “Un líder tiene que alejarse algún día de sus discípulos, aunque sea sólo para beber una cerveza”, pensaba el hombre cerdo (pues ya se había auto nombrado líder del grupo que formaban el hombre verborrea, el serio y el leído). Tomó su teléfono celular y le habló a su fiel amigo el hombre cháchara. “Ven pasa por mí, a mi casa” le dijo. Rápidamente el hombre cara de puerco llegó a casa de su amigo y regresaron a la cantina de niños adinerados. Les echaron el ojo a dos mujeres de cara linda, cuerpo gustoso y cerebro intratable, una de ellas con un hermoso e irreconocible aroma. Se acercaron a ellas invitándoles una bebida. Las mujeres dudaron un poco en ceder a ellos, pero pasados los minutos y los billetes del hombre cerdo frente a sus caras, se decidieron por acompañar a estos sujetos bien vestidos. Hablaron de ropa, de los lugares donde compraban la ropa, y del tipo de gasolina que consumían sus autos. En estos temas el hombre cara de cerdo se desenvolvía muy bien, con fluidez, su acompañante el hombre verborrea no se quedaba atrás, tomaba la conversación a un terreno confort e impresionaba a las hembras con sus palabras adornadas y algunas inventadas. Al final las chicas les dieron sus números telefónicos y se fueron un poco borrachas, mientras tanto los seductores festejaban, se festejaban el intelecto que cargaban, festejaban cómo las habían convencido a ser sus acompañantes de mesa. Increíble hazaña.

- Eres todo un caballero cuando estás con las mujeres, les hablas tan bien y con tanto valor, no te da miedo nada. Eres mi héroe, mi ídolo… quiero ser tú.- decía el hombre cerdo ya algo ebrio.

- Tú, amigo, tú con esa manera de… de sacar tu billetera y pagar todo, también esa ropa que traes tan hermosa, y te luciste cuando les mostraste tu coche a las chicas, créeme se quedaron impresionadas. Eres muy inteligente, sigue haciendo lo que haces, sea lo que sea que hagas y triunfaras en esta vida.- dijo el hombre verborrea, mucho más ebrio que su amigo.

- Me voy a sincerar contigo amigo, he notado que el hombre serio y el hombre leído te envidian, te envidian todo lo que eres. Lo he notado en sus miradas, esas miradas llenas de odio, detrás de sus ropas sucias y baratas. Además ese olor agrio que desprenden ese par no se compara con la colonia que tú y yo usamos.- dijo enfadado el hombre cerdo.

- No sé amigo, tal vez te estás excediendo, ellos son buenos tipos.

- ¿Qué no lo notas? Son malos, son dogmáticos, son ignorantes, son, son… pobres… al igual que tú claro, pero a ti se te notan las ganas de superarse, mírate en un espejo, eres el vivo retrato de un hombre que se supera. Algún día tendrás mi poder monetario… no el mismo, claro, pero tendrás algo de dinero como para que pagues tu propio alcohol y comida que ahora yo pago.

- ¿Estás bromeando?

-No.

Siguieron con su conversación de ebrios, pero después de ese día muchas cosas cambiarían. El famoso grupo de intelectuales ya no estaría junto otra vez, el hombre verborrea, persuadido por las palabras del cerdo, decidió no dirigirles más la palabra a sus antiguos amigos por un tiempo. Cuando trataban de estar juntos como lo hacían antes con frecuencia, el hombre cara de cerdo estaba ahí arruinando sus encuentros, provocando fuertes discusiones.

Había días en los que el hombre no tenía nada que hacer, y eso que no hacía nada en todos los días. Pues esos días en especial vacíos, los dedicaba para gastarlos metido en casa del hombre sabio. Cuando sus padres le daban una buena cantidad de dinero, invitaba a su amigo verborrea a los mejores establecimientos del lugar, el hombre de la verborrea comía y bebía bien a su lado y eso lo ponía muy contento. El hombre serio rara vez salía con ellos, decidió romper esa relación que llegó a afectarlo, pues las cosas no eran como antes y lo peor es que habían cambiado para mal. Nuestro héroe tenía un disoluto grupo de pensantes, un diplomado en sopas frías, mucho dinero, un auto, una biblioteca, un excelente paladar y glamurosa ropa. Su vida, como siempre iba en ascenso, a veces se preguntaba hasta dónde llegaría, se preguntaba por qué la gloria era exclusivamente para él y no para sus devastados amigos o para la demás gente. En la vida hay inexplicables rachas, sean de gloria o derrota, estas arrasan con cualquiera, lo ponen en una situación ajena a la demás gente. A diferencia de un día bueno y un día malo, una racha, es constante, esto provoca que el sujeto enrachado se acostumbre, y su forma de pensar y percibir la vida cambie drásticamente. El punto es, sin dar muchas vueltas, es que a las rachas se las toma por los cuernos, se trata de atacar o hacer sepelios para tus principios.

Ha pasado mucho tiempo, y en todo este lapso el hombre cara de cerdo ha vivido días de derroche. Curioso que la vida no cobre factura, pues siempre, en algún momento lo hace. Ha estado con diferentes mujeres y por supuesto, por la mala educación de nuestro héroe, ha dejado uno que otro hijo regado por el mundo; uno de ellos con aquella hermosa mujer de inexplicable aroma, que recién había perdido a su pareja, y débil de ánimos, calló en los brazos de nuestro héroe. Ha insultado a hombres que le tendieron la mano y ahora éstos han dejado de hablarle. Se ha hecho enemigo público del sector que domina esta ciudad y país, el sector obrero. Aun así con estos desdenes el hombre sigue haciendo de las suyas y sigue siendo un hombre “feliz”, hasta que un día…

- ¿Qué se supone que vas a hacer de tu vida? Vives de nuestro dinero, te transportas en nuestros autos, vistes lo mejor gracias al dinero que ilícitamente tomas de la caja de las boticas que nosotros trabajamos.- dijeron muy enfadados los padres del hombre cara de cerdo.

- Pero, padres, qué es lo que dicen, soy un genio, soy mejor que ustedes; he leído mucho y ustedes nada, tengo un diplomado que me costó mucho y ustedes nada, tengo amigos y ustedes no, yo soy quien se encarga de tener esos automóviles como nuevos, yo soy el verdadero jefe de las boticas. - respondió muy enfadado el hombre cerdo.

- Por favor hijo… no eres ningún genio, ni siquiera has concluido los estudios elementales, esos libros no los has leído, nosotros mismos vimos cuando los trajiste a casa y los dejaste arrumbados en ese costoso librero de caoba, ese diplomado del que tanto hablas sí costó mucho dinero, no en cambio esfuerzo, costó dinero que nosotros pagamos. Los amigos que tanto presumes, varios de ellos te siguen sólo por el dinero, y los que verdaderamente te aprecian, los haz alejado con tu imprudencia y ofensas. Los autos, por favor ¿los autos? Los llenas de gasolina que pagamos y los llevas al auto lavado con nuestro dinero. Tú no trabajas las boticas, sólo asistes a insultar a los empleados y a burlarte de la manera en que visten, tú no haces nada para ganarte una parte de este dinero que nos cayó por simple fortuna. ¡Ahora lárgate de aquí! Eres un cerdo vividor que se subió a un azulejo y se mareó con la altura.

El hombre cara de cerdo se marchó desahuciado de su casa, sus padres ya estaban hartos de mantener a un parásito en su hogar, un parásito que nunca cambiaría y que además se había enfermado de poder con el horrible aroma del dinero. Desafortunado tipejo inmaduro, creyente de lo primero que se le pare frente a los ojos, enemigo de todo lo estéticamente feo. Un hombre que no aceptaba realidades al menos que fuesen difuminadas por su perverso subconsciente, realidades en donde él y nadie más triunfaba, en un mundo que él mismo imaginaba y juraba ser pequeño y salvaje en su totalidad.

Llamó a su amigo el hombre sabio, pero éste se negó a verlo, pues tenía cosas más importantes que perder el tiempo dentro de un auto, escuchando engreimientos. Luego marcó al teléfono del hombre serio, pero de igual manera se negó a salir con él. Luego recordó que su ídolo, el hombre verborrea, nunca lo dejaría atrás, así que tomó su celular y le llamó.

- Amigo ¿Dónde estás? Necesito verte, me han echado de la casa, me han dejado sin auto y sin dinero, pero con tu inteligencia y la mía juntas podremos ingeniárnoslas para hacer montones de billetes. - dijo emocionado el hombre cara de cerdo.

- Claro, pasa a mi casa… un momento ¿es enserio qué te han dejado sin dinero y sin automóvil?

- Esto es serio, necesito de tu ayuda, llegaré a tu casa caminando si quieres. Tal vez me puedas ofrecer algo de comer. - dicho esto, en el auricular escuchó el tono muerto del teléfono, el hombre verborrea había cortado la llamada.

Desgracia y destierro acechaban la horrible cara de nuestro protagonista, mientras los antagonistas seguían su vida con alivio. Se seguían reuniendo sin notar la ausencia del hombre cara de cerdo, pues habían perdido algo que nunca les hizo falta ni les dio gracia a sus vidas. Los amigos de bar del hombre cerdo, ahora se burlaban de él, cuando lo veían errabundo por las calles. “Ey millonario, creo que se te cayó un lingote de oro” le gritaban resguardados dentro de un coche y antes de salir a toda velocidad en él, le arrojaban latas vacías de cerveza. El hombre cerdo pensó en hacer útil su más grande estudio, el diplomado; fue a un establecimiento donde servían comida rápida, incluida la sopa fría en el menú.

- Disculpa amigo, pero este documento no sirve para nada, la escuela que te dio este diploma es famosa por vender diplomados de cualquier cosa, además de que tal institución no es auténtica, ahí sólo van niños ricos a estudiar una carrera corta no avalada, porque saben que terminarán trabajando para las empresas de sus padres. - Le dijeron en el establecimiento y lo botaron de ahí, ya que daba mala apariencia por su ropa ya mugrosa y harapienta.

Tenemos un hombre cara de cerdo caminando por la vida, sin rumbo ni razón de ser, sin futuro y sin pasado. Común, demasiado común diría yo. Pero, en su camino, encuentra un billete, con ese color brillante y ese horrible olor, un billete de la más alta denominación, luego encuentra otro y otro, y así sigue por un camino de billetes hasta encontrar una pila de dinero en papel, abandonado en el callejón más sucio y oscuro del planeta. El hombre se revolcó en su dinero, llorando de alegría, llenando sus bolsillos de billetes, muy contento, casi al borde de la locura, sin preguntarse de dónde había salido, sin preguntarse por qué él era el elegido de disfrutar de ese manjar impreso. Pero la desgracia lo acecharía por el resto de su vida, pues viviría una vida vacía, sin sentido; una vida de miedo y rencor, pues, pregúnteselo a ustedes mismos ¿qué se puede esperar de un hombre que lo más preciado que tiene en su vida es el dinero? ¿Tiene caso vivir así, abandonado a lo que el papel te proporcione y no a lo que tu espíritu desea? Como escuché alguna vez en alguna parte: “Hay hombres que viven en la absoluta pobreza, pues solamente tienen dinero”.


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